martes, 23 de agosto de 2011

Desnudémonos despacio...

Me enamoro una media de veintinueve veces al día.

Me enamoro del sol que se cuela por las rendijas de mi persiana, de mi reflejo con el pelo revuelto y los labios hinchados por la mañana, del olor a Arpeggio.

Me enamoro de mi armario desordenadamente ordenado, del agua fría en mis pómulos, y sí, me enamoro del horrible picor del listerine en mi lengua.

Me enamoro del chico que no deja de mirarme en el metro, de los niños que juegan en el parque, de las peleas con mi novio, y de lo que conllevan las reconciliaciones.

Me enamoro de la sangre que gotean mis rodillas cada vez que intento demostrarme lo valiente que soy.

Me enamoro del humo de un cigarro cualquiera, de la gente con mirada perdida, de la soledad que todos llevamos en algún lugar del esternón.

Me enamoro de cada canción que escucho, del recuerdo de una mirada de alguien especial hace años, del olor a gasolina.

Me enamoro de la vida, de lo bueno y de lo malo. Porque para saborear lo dulce, hay que probar antes lo amargo.

Me enamoro una media de veintinueve veces al día. Pero, en verdad, sólo amo una única cosa.